lunes, 25 de diciembre de 2006



AUTOBIOGRAFÍA (IV) - Los cipreses


(fotografía: archivo familiar)



Ésta es una de las pocas fotografías que se han conservado del abuelo, alto como un ciprés y tan centenario como los que pueblan, ascendentes, los cementerios con las paredes encaladas. Luce el luto paterno y mira al fotógrafo con una obstinación que pareciera traspasar la grisura intensa de su propio retrato. Duelen los años desde entonces, desde el día en que estrenó botines y traje para la ocasión, y quizás no pudo volver a ponérselos, porque aquéllos fueron los tiempos confusos que han anidado en la memoria sólo de unos pocos.

Cuando se subió al camión como voluntario, nadie debió de explicarle detenidamente cuáles podrían ser las consecuencias, aunque dicen que tampoco se las quiso plantear porque el futuro que atisbaba desde esta fotografía, con sus ojos verdes de pobladas cejas, apenas dejaba lugar a dudas: el pan de su reciente hija, el trabajo de los años desbrozando amarguras o el silencio de los débiles. Sí, parecen ideales, pero es que entonces las guerras aún no eran preventivas, sino que se desdoblaban como desdichas que, superadas, trajesen consigo amor, paz, trabajo, pan, sosiego; en resumen, utopías sacadas de quién sabe que otras necesidades del alma. Porque, aunque no tenía dinero, tenía alma, profunda como una sima, extensa, amplia, difusa, que aquí aparece sostenida levemente, como el cigarrillo en su mano.

Después, vendrían los consabidos calabozos y su consiguiente delgadez de caldos mal cocidos. Y así tres años más después de la guerra, meses de humedad injusta agarrada a los huesos y a las paredes. Y a nuestra familia, que se revuelve tibiamente, a veces con ternura y otras con tristeza, cabalgando entre el recuerdo de estas fotografías, hechas jirones por la historia. Cuando lo mataron, en las mismas tapias por donde asoman todavía los cipreses, su mujer no fue a recoger sus objetos personales: apenas dejó ropa, viudedad y el triste vacío que heredó su huérfana. Dicen que se escuchó, después de los disparos, un solo silencio: el silencio mismo, en medio de la noche, al relente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Suponemos que los abuelos nos dejan algún que otro recuerdo, o alguna otra emoción en la memoria, además de haber luchado en una guerra. Este lector anónimo sugiere una autobiografía no solamente ceñida a la desgracia. Salud, y buena suerte.